Artículo publicado originalmente en el blog 'Pintura Blanca'
Nada más salir de Union Station, en el centro de Chicago, cuando apenas has cruzado un par de calles, esta vista de la Torre Sears (ahora rebautizada en Torre Willis), el edificio más alto de América y, si contamos las antenas, la estructura más alta del mundo (por ahora), te hace caer en la cuenta de que esta ciudad no es un lugar cualquiera.
Paseando Adams St. hacia Michigan Ave. la vista puede no ser muy diferente de la que tantas veces hemos visto en las péliculas. Calles estrechas, rascacielos muy altos, que casi no dejan ver el cielo... Pero en Chicago, los rascacielos no sólo buscan llegar al cielo, sino además, hacer disfrutar a la gente, como si de un museo de arquitectura se tratase.
La historia de esta ciudad viene marcada por su gran incendio de 1871 que destruyó prácticamente un tercio de la ciudad. Dicen los que allí viven que donde otros se habrían rendido, ellos vieron la oportunidad de volver a empezar. Esto tiene ese tonillo épico que le dan los americanos a todas las desgracias, que no me gusta demasiado, por eso prefiero lo que dice el poeta Carl Sandburg en su poema 'Chicago': "Encuentra otra ciudad con la cabeza tan alta y que se sienta tan orgullosa de estar viva."
Eso define a Chicago a la perfección. En la devastación vieron la oportunidad de redibujar una ciudad que ahora se alza espléndida, mirando al lago Míchigan y más allá. Convirtiendo cada esquina en un rincón al que no puedes dejar de hacerle una foto.
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